Se confirma el triunfo de Sebastián Piñera como presidente de Chile, y este 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante, se conmemoró con un sabor amargo. Lamentablemente primó la tendencia racista y xenófoba de la derecha. Con estos resultados, se valida el nacionalismo y el ultra conservadurismo, encarnados por Piñera y Kast en su discurso, práctica e ideología, y sabemos lo que esto puede conllevar para las personas y comunidades migrantes, tanto por lo dicho como por lo ya hecho
Por lo dicho. Antes y durante sus candidaturas, ambos candidatos de derecha, en múltiples ocasiones y con distintos matices, emitieron declaraciones irresponsables, mentirosas e ignorantes, que vinculaban migración y delincuencia, aun cuando, por ejemplo, existen datos constatables, desde el Ministerio Público, respecto a que los delitos cometidos por extranjeros no alcanzan el 2%.
Ambos candidatos comentaron varias veces sus ganas de cerrar las fronteras, de restringir la entrada de inmigrantes, y su rechazo a mirar la movilidad humana como un fenómeno multidimensional, natural y con enfoque de derechos humanos. Por el contrario, insisten en mirar la migración con un enfoque securitista y ver al extranjero como amenaza. Esto no es de extrañar, si la actual ley de extranjería, promulgada en la dictadura cívico-militar de derecha, tiene la misma perspectiva.
En tanto que por lo ya hecho, cabe recordar que en el primer mandato de Sebastián Piñera, algunos derechos alcanzados por la población migrante se revocaron. Antes, las personas inmigrantes podían acceder a subsidios de vivienda con visa de residencia definitiva, pero el gobierno de Piñera el 2010 le agregó a este requisito, tener además cinco años de estadía para poder acceder a este derecho social.
Por otro lado, el proyecto de ley de migraciones que envió el gobierno de Sebastián Piñera al Congreso en 2013, además de tener un enfoque economicista y restrictivo de la migración, no cumplía con estándares de derechos humanos en la materia, fomentaba la apatridia y la discriminación, solicitaba requisitos adicionales para la nacionalidad, no aseguraba el derecho a la salud o a la educación, es decir, no aseguraba igualdad de derechos. Con estos antecedentes entonces, la proyección en este tema con un nuevo gobierno de Piñera y su coalición no es auspicioso.
Pero no nos hemos quedado de brazos cruzados. Es preciso señalar que desde antes del primer gobierno de Piñera y después, hemos venido exigiendo una nueva ley migratoria, dignidad y derechos para las comunidades migrantes, un trato igualitario y justo, organizándonos en comunidades, movimientos y organizaciones, no sólo de migrantes, sino que entre nacionales y extranjeros, luchando por un país distinto y por nuestros derechos, en un contexto donde hay un nuevo proyecto en la materia en el parlamento.
Hoy, por la ausencia de una voluntad política, aún no tenemos una nueva ley de migraciones con una perspectiva real de derechos humanos, pese a las múltiples recomendaciones de organismos internacionales, de la exigencia de la academia y organizaciones de la sociedad civil, y la necesidad imperiosa de reformar este marco legal que ya lleva más de cuarenta años.
De manera más global, este triunfo también duele porque vemos que América Latina se derechiza, porque priman en la política y la esfera pública las posiciones conservadoras, religiosas, racistas, homofóbicas, transfóbicas y sexistas, y sabemos lo que implican los discursos de odio cuando son legitimados por la presidencia. Lo hemos visto en Estados Unidos con Donald Trump: supremacistas blancos golpeando afroamericanos, hombres violentando sexualmente a las mujeres en las calles con impunidad, migrantes deportados, discriminados y excluidos, y un muro más grande que exalta las fronteras. Pero también sabemos que esto sólo se exacerbó con Trump. El racismo siempre estuvo, el sexismo siempre estuvo, las políticas inmigratorias restrictivas estuvieron desde antes ahí, el muro de mucho antes estuvo ahí.
Por tanto, lo que nos queda es seguir luchando por nuestra dignidad, tal como lo hemos hecho hasta ahora y seguir aunando esfuerzos para que no gane otra vez la ignorancia. Debemos seguir adelante, aunque duela, aunque cueste, aunque se agudice la represión como en Argentina. Necesitamos que Chile despierte y se logren las transformaciones necesarias para que por fin nos descolonicemos, nos liberemos del patriarcado, del clasismo, de los prejuicios, del racismo y de la xenofobia, y por fin tengamos un país inclusivo, justo, feminista e intercultural. Ese debe ser nuestro deber, aunque por momentos nos colme la amargura.