Pobladores rurales de Ñancul reprimidos por exigir el derecho humano al agua

José Aylwin, Director Observatorio Ciudadano

Con fecha 20 de marzo pasado un grupo de pobladores de Ñancul, localidad rural aledaña a la ciudad de Villarrica, en la región de la Araucanía, que se manifestaba pacíficamente en reclamo por la mala calidad y deficiente salubridad de las aguas que consumen, y para exigir de la autoridad una solución al problema que les afecta, fueron violentamente reprimidas por efectivos de carabineros. En la ocasión carabineros conmino a los pobladores a despejar el camino en el plazo de media hora. Acto seguido, y sin esperar más de 10 minutos, procedió a lanzar bombas lacrimógenas y a disparar perdigones a los manifestantes, entre los cuales había niños y adultos mayores. Uno de los disparos impacto el ojo de nombre Isolina Aravena Oses, quien debió ser llevada de urgencia al Hospital regional de Temuco y posteriormente derivada a Santiago, donde permanece internada con riesgo para de perdida ocular. En la misma ocasión carabineros detuvo a tres personas, las que luego de ser puestas a disposición de la justicia fueron puestas en libertad.

La manifestación de los pobladores – consistente en el corte pacífico y temporal del camino que une dicha localidad con Villarrica – fue consecuencia de la nula recepción que sus reclamos y búsqueda de apoyos para enfrentar su problemática encontraron en las autoridades. Cabe señalar que desde el mes de enero pasado las aguas que consumen los casi dos mil habitantes de Ñancul, provenientes de un Agua Potable Rural (APR), han presentado condiciones de turbiedad, mal olor y sabor, que han afectado seriamente la salud de la población. La captación del agua por parte de la APR se hace directamente del río Voipir, el que habitualmente presenta turbiedad ya sea por descargas ilegales que hacen algunos particulares, por residuos que bajan del volcán Villarrica Villarrica.

De acuerdo a los pobladores de Ñancul, la APR no ha contado con asesoría ni con la fiscalización que corresponde al Servicio de Salud del Ambiente del Ministerio de Salud para asegurar el acceso a un agua potable de calidad. Tampoco han sido apoyados por el Alcalde de Villarrica, quien pese a haber comprometido su visita a la comunidad, no concurrió a reunirse con esta aduciendo razones de fuerza mayor.

Los hechos aquí referidos dan cuenta de la persistencia de dos paradojas para un país que se precia de su democracia y de sus crecientes índices de desarrollo económico. La primera es la de la negación a una población campesina como la de Ñancul de un derecho humano fundamental, como es el derecho al agua y al saneamiento, reconocido por Naciones Unidas el 2010 a través de una Declaración que contó con el voto favorable del Estado de Chile. Como dicha Declaración reconoce, el agua potable resulta esencial para la realización de todos los derechos humanos. De allí la importancia de concluir a la brevedad con la tramitación del proyecto de ley que reforma el actual Código de Aguas que data de la dictadura y que ha resultado en la privatización de las aguas del país, proyecto que por primera vez reconoce y obliga al Estado a proteger el derecho humano al agua.

La segunda paradoja es la que dice relación con el actuar policial abusivo, el que vulnera un derecho fundamental reconocido en la constitución vigente y en los tratados internacionales de derechos humanos suscritos por Chile, cual es el derecho de reunión pacífica. Lamentablemente el actuar abusivo de las policías frente a manifestaciones pacíficas, como la impulsada por los pobladores de Ñancul, con un objetivo legítimo – la protección de sus derechos- se ha transformado en una práctica cotidiana. Ello a pesar de haber sido representada por instancias nacionales, como los tribunales de justicia, y el Instituto nacional de Derechos Humanos, y por instancias internacionales, como el Comité contra la Tortura de Naciones Unidas. Lo anterior obliga a la autoridad de la que depende carabineros, el Ministerio del Interior y de Seguridad Publica, a instar por la introducción de modificaciones sustanciales en las prácticas de esta institución a objeto de poner fin a estas conductas nefastas, que, recordándonos de otras épocas en la historia de Chile, violentan la convivencia pacífica y democrática en el país.

Temuco, 26 de marzo de 2017.

Incendios y modelo forestal: una estrecha relación

José Aylwin, director Observatorio Ciudadano

Los incendios que este verano han afectado la zona centro sur del país han alcanzado tal magnitud que muchos analistas los han considerado como los más grandes de los que se tenga registro en Chile.

De acuerdo a CONAF, solo los incendios forestales han alcanzado una superficie superior al medio millón de hectáreas, concentrándose fundamentalmente entre las regiones Metropolitana y la Araucanía. A ello se debe agregar los incendios de pastizales, sembrados agrícolas y poblados, como Santa Olga, con su secuela de destrucción y muerte.

Los medios de comunicación asociados a los grupos de poder empresarial, han centrado sus informaciones en el cuestionamiento de la efectividad de la labor del Estado en el combate a estos siniestros, así como en las responsabilidades que cabrían a grupos concertados de carácter terrorista, incluyendo entre ellos, como ya es costumbre, a los mapuche. En el primer plano, dichos medios omiten toda referencia a como la dictadura que apoyaron, y más tarde, los sectores políticos que les son afines, ya sea desde la oposición o el gobierno, negaron a CONAF y otras entidades estatales, los recursos necesarios para el combate a los incendios forestales, y en contraste con ello, abogaron por la transferencia, vía Decreto Ley 701 (1974) de recursos públicos a empresas privadas para las plantaciones forestales exóticas que hoy dominan el territorio arrasado por el fuego.

En el segundo plano, las imputaciones infundadas sobre la responsabilidad en los incendios han quedado despejadas por el informe de Carabineros en que se señala que, de acuerdo a sus investigaciones, esta corresponde en gran medida a la falta de mantención del tendido eléctrico por empresas distribuidoras de energía, la negligencia de particulares en quemas agrícolas, y la acción intencionada de los que identificó como “pirómanos no concertados”. Todo ello por cierto en el contexto de elevadas temperaturas, las que en el mes de enero han sido las más altas registradas seis décadas.

Teniendo presente la magnitud que han alcanzado los incendios en la zona centro sur del país, y sus dramáticas implicancias para el patrimonio humano y ambiental del país, no puede omitirse, como lo hacen los sectores interesados, el análisis sobre la estrecha vinculación existente entre estos incendios y el modelo forestal vigente en el país.

Con tres millones de hectáreas a lo largo del país, las plantaciones o monocultivos forestales exóticos dominan el paisaje de la zona afectada por los incendios. Si bien aún no hay una cuantificación de la superficie quemada correspondiente a especies arbóreas exóticas y a especies nativas, no es aventurado señalar que las primeras corresponden a más del 90% del total de especies arbóreas quemadas. Ello por la sencilla razón de que el bosque nativo remanente en la zona afectada por los incendios, de acuerdo a los catastros forestales existentes, es muy reducido, toda vez que fue arrasado hace décadas, precisamente por las plantaciones exóticas.

La Corporación Chilena de la Madera (CORMA), entidad que agrupa a los grandes empresarios forestales, reconoce que son 70 mil las plantaciones que a éstas pertenecen que habrían resultado quemadas. Al respecto cabe aclarar que, como consecuencia del modelo forestal vigente, las plantaciones de medianos y pequeños propietarios, que hoy corresponden a alrededor de un tercio del total, casi en su totalidad están destinadas a un mercado de celulosa y madera controlado por las grandes empresas forestales. Por lo mismo, la superficie de plantaciones de pequeños y medianos propietarios afectada por los incendios recientes -aún no estimada- está estrechamente relacionada a la actividad forestal y beneficio de dichas grandes empresas agrupadas en CORMA.

Por otra parte, a pesar de la magnitud e intensidad sin precedentes de los incendios forestales, la CORMA y sus empresas afiliadas no se hacen responsables de la incidencia que los monocultivos de pino y eucaliptus de su propiedad, o relacionados a su actividad empresarial, han tenido en su propagación. Ello al negar que dichas especies sean “pirogénicas” o más combustibles que las especies nativas, señalando que hay académicos renombrados -sin identificarlos- que así lo aseveran. Paradojalmente, como medidas para hacer frente a los siniestros a futuro proponen, además de las plantaciones (exóticas), áreas de protección con bosque nativo. Al respecto cabe señalar que científicos de renombre como los doctores Juan Armesto, Presidente del Instituto de Ecología y Biodiversidad; Olga Barbosa, Presidenta de la Sociedad de Ecología de Chile; Marcela Bustamante, Presidenta de Restauremos Chile (Red Chilena de Restauración Ecológica) y Mauro González, Investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia, precisan que las especies como eucaliptos y pinos que hoy dominan el paisaje de la zona siniestrada, sí son propensas a los incendios. Agregan además, que dichas especies tienen una larga historia evolutiva asociada al fuego en sus territorios de origen y han desarrollado adaptaciones para sobrevivir y reproducirse bajo estas condiciones, a diferencia de las especies del bosque nativo.

La CORMA tampoco hace referencia a las prácticas nocivas de las empresas forestales que agrupa, las que determinan que los poblados del Chile central, como Santa Olga, estén rodeados de plantaciones de monocultivos exóticos, con la evidente amenaza que los incendios forestales significan para sus habitantes. Menos aún aceptan la grave afectación que las plantaciones exóticas generan en las aguas, hecho a estas alturas demostrado por la investigación científica a nivel nacional e internacional. En efecto, una investigación realizada en el país (Little et al.2009, Lara et al 2009, Iroumé et al. 2005, Iroumé y Palacios 2013), da cuenta de los efectos negativos de las plantaciones en el balance hídrico del suelo y los cuerpos de aguas superficiales y subterráneos. Estudios análogos (Perez Arrarte 2007, Overbeek et al 2012 WRM 2016) realizados sobre el mismo fenómenos en distintas partes del globo (Brasil, Sud Africa, Vietnam, entre otros países) llegan a conclusiones similares. Al negar la afectación de los monocultivos en las aguas, las que son indispensables para prevenir y enfrentar los incendios forestales, no solo niegan la evidencia científica, sino también desprecian la evidencia de centenares de comunidades que habitan en la zona centro sur del país, cuyo relato da cuenta de como fértiles valles con fuentes de agua abundante se han convertido en pocos años en los denominados desiertos verdes como consecuencia de dichas plantaciones.

Lo anterior no solo constituye una falta ética manifiesta, sino que además vulnera los principios y criterios establecidos por los estándares de FSC (Forestry Stewardship Council), entidad que en la actualidad certifica a 21 empresas chilenas y el manejo forestal de cerca de 2.3 millones de hectáreas, la gran mayoría de ellas con plantaciones exóticas. En efecto el estándar de FSC Chile para la certificación de plantaciones forestales (FSC Chile 2005) dispone en materia ambiental que el manejo forestal “…deberá conservar la diversidad biológica y sus valores asociados, los recursos de agua, los suelos, y los ecosistemas frágiles y únicos, además de los paisajes.” (Principio 6). El mismo estándar dispone que el manejo forestal deberá mantener o elevar el bienestar social y económico a largo plazo de las comunidades locales, proponiendo para ellos la realización de evaluaciones del impacto social. (Principio 4 Criterio 4) En relación a los daños a los bienes, los recursos o la vida de las poblaciones locales dispone que se deberán tomar medidas para evitar tales pérdidas o daños, y emplearse mecanismos apropiados para resolver reclamos y para proporcionar una compensación razonable. (Pincipio 4 Criterio 5)

Al respecto no puede dejar de señalarse la paradoja que significa que plantaciones forestales que ocupan centenares de miles de hectáreas, como las presentes en la zona afectada por los incendios, no hayan sido sometidas a evaluación de impacto ambiental a la fecha. Ello al amparo de una legislación ambiental, y su reglamentación, que solo somete a esta evaluación proyectos de desarrollo forestal definidos como de “dimensiones industriales”, que en esta parte del país requieren de una superficie superior a las 500 hectáreas.

Los incendios forestales no solo dan cuenta del grave incumplimiento de los compromisos voluntarios adquiridos por las empresas forestales certificadas por FSC, sino lo que es más grave, viene a develar una realidad por largo tiempo cuestionada por diversos sectores de la comunidad, incluyendo la academia, las organizaciones de la sociedad civil, y las propias comunidades por estas afectadas, sin ser escuchadas hasta ahora. Ha llegado el momento de poner término a un modelo forestal impuesto en un régimen de fuerza y prolongado hasta la fecha sin más argumentos que el de los aportes que genera al país y a su economía. Sobre su contribución a la economía del país, la CORMA y sus empresas afiliadas omiten señalar que el modelo de plantaciones forestales que impulsan ha estado sustentado en el subsidio estatal, subsidio que desde su instalación en 1974 hasta el 2013 alcanzó a un total de US $ 850 millones de dólares, y que en un porcentaje significativo (US $ 600 millones) fue destinado a dos grandes empresas, Forestal Arauco y Mininco (CMPC) (Carvajal 2015). No es de extrañar, entonces, que estas dos empresas concentren propiedades de una superficie total superior a los 1.8 millones de hectáreas, 1.3 de ellas plantados con especies exóticas.

En contraste con las cuantiosas ganancias que obtienen estas empresas por sus actividades -solo el 2016 las exportaciones forestales alcanzaron un monto de US $5.300 millones de dólares- regiones como la del Maule, con una superficie de plantaciones de 490 mil hectáreas (18.2% de su superficie cultivada) y con más de 200 mil hectáreas quemadas por incendios forestales, es una de las de mayor pobreza multidimensional en el país (22.4%) de acuerdo la Encuesta Casen 2015. Lo mismo puede señalarse de la Araucanía, región que si bien no ha sido hasta ahora tan afectada con los incendios forestales, tiene una superficie de plantaciones de 600 mil hectáreas (21.8 % de su superficie cultivada total), y una pobreza multidimensional del 29.2%, la más elevada del país.

Ha llegado la hora de que el Estado cumpla su rol de velar por el bien común y poner fin al modelo forestal de plantaciones exóticas vigente con las implicancias adversas antes descritas, las que han quedado en evidencia con los recientes incendios. Sus distintos poderes, en particular el ejecutivo y el legislativo, no pueden permanecer pasivos frente a una actividad que, de acuerdo a toda la información, ha enriquecido a unas pocas empresas a costa del arrasamiento de la biodiversidad, de los ecosistemas, del paisaje de zonas extensas del país y, lo que es más grave, a costa de su patrimonio humano, como los habitantes de Santa Olga y de tantas otras comunidades que han quedado indefensas frente a los peligros -como los incendios- que son inherentes a este modelo. No se trata de demonizar la actividad forestal, sino de repensarla para que esta pueda ser una actividad que contribuya a la recuperación de los ecosistemas nativos, y asociado a ello a la recuperación del agua, de modo de permitir el desarrollo y el buen vivir de las comunidades que habitan en territorios como los siniestrados. Ello con mayor razón en el contexto del cambio climático, que todo indica está para quedarse, y que nadie, salvo los necios como Trump, puede negar.

¿Hasta cuándo esperar?

* Director Observatorio Ciudadano.

TPP: Un acuerdo desahuciado

Paulina Acevedo

El pasado 05 de octubre se cumplió un año desde que fue liberado el texto oficial del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, conocido como TPP por sus siglas en inglés, abriéndose así al escrutinio público y poniéndose fin a más de cinco años de negociaciones desarrolladas bajo estrictas cláusulas de secreto, autoimpuestas por los 12 estados que forman parte de este tratado, afectando principios básicos democráticos y de participación esperables ante cualquier discusión política o económica de interés general.

Y es que el TPP, es mucho más que un tratado de libre comercio. De hecho, de sus 30 capítulos y más de seis mil páginas, solo un cuarto de ellos refieren a aspectos netamente comerciales. Siendo parte de una serie de acuerdos comerciales que han emergido en las últimas décadas, denominados de “nueva generación”, que buscan desplazar a los estados de la regulación de aspectos vinculados a la esfera social y los derechos de las personas, así como facilitar la libre operación de las empresas trasnacionales en los territorios.

Dichos acuerdos, bajo el engañoso paraguas de la apertura de mercado y regados de apologías al crecimiento económico, la generación de empleos, o la incorporación de supuestas medidas proteccionistas de carácter ambiental, imponen sus estándares para la inversión, establecen tribunales propios y fijan normativa que debilita la decisión y la acción de los estados. Permitiendo con ello la consagración de un modelo de desarrollo conducido por las grandes corporaciones y la instauración de lo que Juan Pablo Orrego, en su libro Entropía del capitalismo, define como “el abuso corporativo de las personas, de las comunidades, de los ecosistemas y del territorio, con un objetivo primordial: el lucro privado”.

Frente a todo este secreto, las filtraciones de wikileaks de partes del texto preliminar del TPP durante el periodo de negociaciones fueron cruciales, pues ellas encendieron tempranamente las alarmas sobre los nocivos efectos del tratado y permitieron a los ciudadanos organizarse, abriéndose paso un debate de fondo y crítico de sus impactos en ámbitos tan sensibles como la salud, la soberanía alimentaria, las pensiones, las comunicaciones, o los mecanismos de solución de controversias que impone el TPP y que limitan la soberanía del Estado para garantizar nuestros derechos humanos.

Por eso, aunque muchos auguraron que el TPP tendría una rápida adopción, hoy este tratado está abiertamente desahuciado. Ello no tan solo por las últimas declaraciones formuladas por el recién electo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien aseguró que el primer día de su mandato, este próximo 20 de enero, va a emitir una nota de intenciones para retirarse del TPP, por constituir un “desastre potencial” para ese país, lo que lo hace inmediatamente inviable. Ello, porque para que el TPP se apruebe se requiere que lo ratifiquen al menos seis de los 12 países que forman parte del acuerdo y que éstos reúnan, como mínimo, el 85% del PIB total sumado de todos los países miembros. Y Estados Unidos aporta con 66,7% a ese PIB.

En esta muerte anticipada del TPP influyeron también la movilización y los cuestionamientos, los que llegaron incluso desde Naciones Unidas y a los que es fundamental dar respuesta, al mismo tiempo que ampliar la discusión a las formas en que estos se establecen, a fin de definir -con la participación del conjunto de la sociedad y en particular de los grupos más afectados- las condiciones mínimas para formular, negociar y adoptar este tipo de acuerdos a futuro.

Delimitar estos márgenes resulta todavía más urgente si se considera que la recién concluida Cumbre de Presidentes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), culminó con la firma de un acuerdo por parte de los 21 países que la conforman en favor de los mercados abiertos y contra el proteccionismo, adscribiendo además a la idea de conformar un Área de Libre Comercio del Asia-Pacífico (FTAAP, por sus siglas en inglés).

China por su parte, que en estos días ha visitado con una delegación oficial diversos países de América Latina, aprovechó la instancia para impulsar la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), un proyecto de acuerdo de libre comercio que integrarían la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), Australia e India, pero sin Estados Unidos. Mientras que los Presidentes de Chile (Michelle Bachelet), México (Enrique Peña Nieto), y Perú (Pedro Pablo Kuczynski), platearon la tesis de proseguir con una iniciativa comercial a partir del TPP, si se retira Estados Unidos del acuerdo.

Es decir, se avizoran un sinnúmero de tratados que comenzarán a ser negociados, si es que ya no lo están siendo, para cuya adopción hay que tener un marco definido. Donde los aspectos geopolíticos que están claramente en juego, pues lo que se disputa es quién controla los mercados a nivel global, son también parte crucial del debate que hay que comenzar a dar, así como el tipo de acuerdos a implementar y su alcance, en particular para que ellos no afecten la calidad de vida y los derechos fundamentales de las personas.

El TPP y los derechos humanos

Un aporte a esta discusión que se abre, es la carta que remitió en abril pasado un grupo de Relatores Espaciales y de Expertos de Naciones Unidas, en el marco de la tramitación del ahora desahuciado TPP, a los estados de los países que lo integran, advirtiendo sobre sus impactos en los derechos humanos y dando un plazo acotado para la respuesta. En ella se sistematizan algunas de las principales recomendaciones que vienen siendo formuladas desde dicho organismo en el último tiempo en torno a los acuerdos de libre comercio y se identifican las principales contravenciones respecto de circunstancias aplicables a otros acuerdos similares actualmente se tramitan, como el TTIP o el TISA, que también han encontrado una fuerte oposición ciudadana.

En la comunicación de los relatores se cuestiona, por ejemplo, “la falta de transparencia y la poca o nula consulta con algunos grupos o partes interesadas”, y que “durante el proceso de negociación no hubo una evaluación transparente, independiente y participativa del impacto que las normas comerciales contenidas en el TPP pudieran tener en el disfrute de los derechos humanos”, es decir, evacuar informes previos a la adopción de estos acuerdos en donde se analicen las posibles amenazas que ellos representan para estos derechos, como establecen los Principios Rectores de la ONU sobre Empresas y Derechos Humanos desde el año 2010.

Se cuestionan a su vez algunas de las disposiciones del capítulo de propiedad intelectual del TPP, en particular aquellas que afectan la patentación de medicamentos, de las semillas y de los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas. Respecto de estos pueblos, alertan que no se han realizado procesos de consulta indígena, como establece el Convenio 169 de la OIT cuando se adoptan medidas administrativas o legislativas susceptibles de afectar sus derechos, que es precisamente el caso de los acuerdos comerciales al estimular los procesos extractivos y de infraestructura en sus territorios ancestrales.

Lo anterior es particularmente preocupante en el caso de los tres países latinoamericanos forman parte del TPP, México, Perú y Chile, puesto que ninguno de ellos ha iniciado procesos de consulta pese a tener todos ratificados el Convenio 169 y poseer las cifras más altas de población indígena de la región, luego de Guatemala y Bolivia. Chile, incluso, ha sostenido que la consulta previa no procede en este caso. Debido a la gravedad de esta grave situación, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha concedido una audiencia temática especial a organizaciones sociales e indígenas de estos tres países el próximo 07 de diciembre, en el marco de su 159º Período Ordinario de Sesiones, que tendrá lugar en Panamá. Desde donde sin duda saldrán otros insumos y orientaciones para abordar este fenómeno global de expansión de los mercados y del capital corporativo.

No obstante, por más argumentos que se construyan, el camino por el que se debe avanzar sigue siendo el mismo: una ciudadanía informada, un estado de alerta permanente, ampliar la participación de sectores sociales y su incidencia en estos procesos, movilización y articulación, sumado a la construcción de alternativas. No solo otro mundo, sino también otro comercio, son posibles.

El legado de Rodolfo Stavenhagen

José Aylwin*

A los 84 años falleció en Cuernavaca, en el estado de Morelos, México, el sociólogo, antropólogo y destacado defensor de derechos humanos Rodolfo Stavenhagen.

Stavenhagen nació en Fráncfort, Alemania, en 1932, y llegó junto a su familia a México en 1940 huyendo del nazismo y la guerra. Con estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad de Chicago, y en la Universidad de París, tuvo una larga y prolífica labor como investigador y docente de la UNAM y El Colegio de México, donde fue fundador del Centro de Estudios Sociológicos. Fue además profesor invitado en las universidades de Harvard, Stanford, París, Ginebra y de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro.

Autor de numerosas obras sobre distintas temáticas, entre las que destacan: Siete tesis equivocadas sobre América Latina; La cuestión étnica; Derechos humanos de los pueblos indígenas; Conflictos étnicos y estado nacional; Entre la ley y la costumbre: El derecho consuetudinario indígena en América; y Derecho indígena y derechos humanos en América Latina.

Su labor docente y sus publicaciones, tuvieron un impacto significativo en la formación de nuevas generaciones de profesionales, muchos de ellos indígenas, en la región y el mundo entero. Ello contribuyó a la visibilización y comprensión sobre la situación de discriminación y los procesos de colonización interna que hasta entonces vivían los pueblos indígenas y otros grupos étnicos en casi todos los continentes y, por cierto, en América Latina. Su lucida reflexión y visión trascendió la academia, incidiendo también en el debate que en las últimas décadas se ha verificado en foros internacionales sobre los derechos de los pueblos indígenas y a la diversidad cultural en general.

Dichas reflexiones constituyeron un aporte a los movimientos indígenas y étnicos de todo el planeta, dando sustento a los debates que resultaron en la aprobación de, entre otros instrumentos internacionales, el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, la Convención de Naciones Unidas sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales, y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.

A través de su labor como Relator Especial sobre la Situación de los Derechos y libertades fundamentales de los pueblos indígenas de Naciones Unidas, función que ejerció desde el 2001 hasta el 2007, logró también ejercer importante influencia a nivel de los estados en defensa sus derechos. Ello especialmente en la región latinoamericana donde visibilizó las situaciones, muchas veces críticas, de discriminación económica, política y cultural de los pueblos indígenas y de sus integrantes, de despojo de sus tierras de ocupación tradicional, así como la criminalización de su protesta social. Sus recomendaciones para la introducción de transformaciones jurídicas y políticas para revertir las situaciones de opresión de los pueblos indígenas tuvieron en muchos estados gran impacto.

Chile no fue una excepción en este sentido. Rodolfo Stavenhagen visitó Chile en misión oficial como Relator Especial el 2003, en momentos en que los conflictos generados en comunidades indígenas por proyectos de inversión, como la central Ralco, los proyectos carreteros y la expansión forestal, generaban gran conflictividad.

En su Informe de misión a Chile, Rodolfo Stavenhagen observó que en Chile la población indígena en Chile estaba “[…] marginada del reconocimiento y la participación en la vida pública del país, como resultado de una larga historia de negación, exclusión socioeconómica y discriminación por parte de la sociedad mayoritaria.”

Agregó que “los derechos sobre la propiedad de la tierra y la territorialidad constituyen uno de los problemas históricos más graves que afectan a los pueblos indígenas de Chile [ …]”, y que “el programa de compra de tierras para los indígenas […] prevé la titulación privada de predios pero no la restitución de antiguas tierras comunales, se implementa lentamente con recursos insuficientes […] produciendo insatisfacción entre la población indígena. La problemática se complica en lo referente al acceso a los recursos del subsuelo y otros, como son el agua y los productos del mar”. Observó además que “la protección y promoción de los derechos de los indígenas se ha visto afectada por situaciones tales como la construcción de la central hidroeléctrica de Ralco en el Alto Biobio, los problemas para el acceso y explotación de las fuentes acuíferas por parte de aymaras y atacameños en la región árida del norte […]”.

Concluyó recomendado al Estado chileno la adopción de entre otras medidas “[…] la reforma constitucional en materia indígena; una revisión de la legislación sectorial cuyo contenido pueda estar en contradicción con lo establecido en la Ley Indígena; que se preste atención urgente a la prevención y solución de los conflictos basados en la tenencia y explotación de la tierra; que se agilice y amplíe el Fondo de Tierras; que se asegure el acceso a los recursos acuíferos y marítimos de las comunidades indígenas; que se tomen las medidas necesarias para evitar la criminalización de las legítimas actividades de protesta o demandas sociales”.

Lamentablemente sus recomendaciones siguen, en gran medida, sin ser escuchadas por el Estado chileno. De haberlo sido es muy posible que la conflictividad entre el pueblo mapuche, el Estado y los inversores privados en la Araucanía y regiones aledañas, no tuviese la dimensión que hoy tiene.

Quienes tuvimos el privilegio de conocerle, podemos dar cuenta, además, de otra cualidad de Rodolfo Stavenhagen que lo enaltece. Me refiero a su calidad humana, a su sencillez, y a su capacidad de comunicarse en pie de igualdad tanto con mandatarios como con el más postergado integrante de una comunidad indígena. Dicha calidad humana, porque no decirlo, poco común en los intelectuales latinoamericanos de su estatura, tuvo gran impacto en los pueblos indígenas de la región, los que depositaron en él una confianza que nunca defraudó.

Su partida es una pérdida lamentable para la región, para los derechos humanos, y para los pueblos indígenas a quienes dedicó gran parte de sus energías y capacidades. Su mensaje de respeto a la dignidad y derecho de estos pueblos sigue plenamente vigente y nos interpela a seguir trabajando por una sociedad intercultural que ponga fin a la exclusión de estos pueblos y de otros grupos étnicos, así como en que sus derechos sean reconocidos y asegurados.

* Co Director, Observatorio Ciudadano. www.observatorio.cl

Sebastián Acevedo y la tortura en Chile

Paulina Acevedo Menanteau

La Presidenta de la República promulgó finalmente ayer, 11 de noviembre, la ley que tipifica el delito de tortura en el país, algo que desde hace años le ven siendo exigido al estado chileno por distintos órganos de tratado de Naciones Unidas.

Lo hace en una fecha simbólica. El mismo día en que 33 años atrás el obrero Sebastián Acevedo se inmolara a lo bonzo frente a la catedral de Concepción exigiendo que la CNI, el aparato de inteligencia que hizo de la tortura una práctica sistemática durante la dictadura, le devolviera a sus hijos a los que había secuestrado. Años más tarde, se crearía un movimiento que adopta su nombre para combatir la tortura en Chile.

Se trata sin lugar a dudas de una noticia valorable, y largamente esperada. Pero en un país con una transición hecha a la medida de lo posible y lleno de incongruencias, la impunidad de la tortura –la pasada y la reciente– no cesa con una ley y menos aún sin que existan los mecanismos que la prevengan.

Llama la atención, por ejemplo, que los mismos parlamentarios que se mostraron tan favorables a hacer de la tortura un delito entregando su voto para aprobar esta ley, se pronunciaran solo algunos meses atrás en contra de levantar el inadmisible secreto impuesto por 50 años a los testimonios y hechos denunciados por víctimas de prisión política y tortura en el marco de la Comisión Valech, disposición nefasta que perpetúa la impunidad de los perpetradores de estos ignominiosos actos. Y que debido al voto en contrario el pasado 31 de agosto de los diputados PS Juan Luis Castro y Marcelo Schilling, de los PPD Marco Antonio Núñez, Guillermo Ceroni y Joaquín Tuma, del independiente Pepe Auth, y a las abstenciones de Daniel Farcas y Ramón Farías, ambos del PPD, y del DC Pablo Lorenzini, continúa lastimosamente vigente, restringiendo el acceso a cualquier “persona, grupo de personas, autoridad o magistratura” a una información esencial para avanzar en justicia y garantizar la no repetición.

Contradictorio resulta a su vez que a pesar del importante paso adelante que implica la nueva ley promulgada, aprobada con 103 votos a favor por la Cámara de Diputados, Chile no posea aún un Mecanismo de Prevención para la Tortura, como también le viene siendo representado al estado, proceso que hace algunos años fue encargado al Instituto Nacional de Derechos Humanos y que ayer se avanzó a que tuviera el carácter de “anuncio”.

Finalmente, y no menos importante, son las medidas de reparación. Según las cifras aportadas por el segundo informe –que se suman al primero­­– de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (conocida como Comisión Valech), son más de 40 mil las personas las que padecieron estas prácticas por parte de agentes estatales, que de acuerdo a la nueva ley enfrentarían penas de hasta 10 años, en juicios que serán llevados adelante por la justicia ordinaria y ya no bajo la jurisdicción de la judicatura militar. No obstante, las agrupaciones de ex presos políticos vienen desde hace años exigiendo pensiones más ajustadas a la gravedad de los hechos, llegando incluso a extensas huelgas de hambre para hacer valer sus derechos.

Actualmente, se encuentra en discusión un proyecto de ley para hacerse cargo de estas demandas reparatorias, pero sin ningún tipo de urgencia por parte del ejecutivo, por lo que es de esperar que en beneficio de un abordaje integral de estas materias y en esta ocasión bajo un actuar consecuente con los avances que se anunciaron el día de ayer, el Congreso concluya su periodo legislativo con esta ley aprobada y que en ella se recojan todas las propuestas de las víctimas de tortura con quienes se mantiene una histórica deuda.

La tortura seguirá siendo un pendiente de la democracia, parcial e inclusa, que hemos construido a más de un cuarto de siglo del fin fáctico de la dictadura si no avanzamos en derogar el secreto, crear los mecanismos de prevención e instituir reparaciones que verdaderamente se correspondan con el daño causado. De no ocurrir nada de lo anterior, la tipificación del delito de tortura será meramente una justiciabilidad de hechos. Una ventana que se abre, pero que no da paso a cerrar definitivamente las puertas a la tolerancia de estos actos vejatorios de la dignidad humana. Una medida que simbólicamente se entronca con el arrojo de Sebastián Acevedo y el movimiento que propició su acto desesperado, pero que no honra su muerte con un nunca más.

El TPP y las luchas sociales en Chile

Lucía Sepúlveda, Paula Muñoz

La Presidenta Michelle Bachelet mantiene el secretismo sobre el Acuerdo Transpacífico TPP impulsado por Obama, ya que ni los ciudadanos chilenos ni los parlamentarios saben la fecha exacta en que llegará al Congreso el tratado, ni qué urgencia tendrá su tramitación. El acuerdo, que incluye a Australia, Brunei, Canadá, Chile, México, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam sólo será válido si los países que lo aprueben, suman al menos el 85% del Producto Interno Bruto (PIB) del total de países miembros. Como Estados Unidos ostenta el 67% del PIB, su rol es decisivo. Pero la aprobación del TPP está siendo puesta en duda precisamente allí, ya que el discurso de campaña de los candidatos a la presidencia ha sido de rechazo.

Bachelet acudió al rescate, y en medio del cada vez mayor descrédito de su gobierno, escogió recientemente como auditorio a la Cámara de Comercio Chileno-Norteamericana para revelar que enviará el proyecto “en el segundo semestre”, antes que concluya la actual administración norteamericana.

Su anuncio, conocido pocos días después de que millones de ciudadanos marcharon en todo el país para exigir el fin del sistema previsional chileno impuesto en dictadura, fue el eco que permitió vincular el rechazo al TPP con esas demandas. Las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) obtienen ganancias escandalosas para sus dueños, y entregan pensiones promedio de montos indignos. Entrevistado en CNN Chile, el líder del movimiento social #No Más AFP, Luis Mesina, tras ser recibido por la Presidenta Bachelet pocos días después de la segunda marcha nacional, declaró que le solicitó “la no ratificación del tratado, ya que por una parte los propios candidatos norteamericanos lo rechazan, y por otra, sabemos que las AFPs son de capitales extranjeros, especialmente tres de ellas, Principal, Metlife y Prudential, que son norteamericanas y podrían llevarnos a los tribunales internacionales con el consiguiente daño a la soberanía nacional”.

El dirigente social alude a las disposiciones del tratado que garantizan a los inversores extranjeros una “expectativa razonable de ganancia” (no definida), mediante un sistema de solución de controversias entre estos y el Estado en que han invertido. El mecanismo consiste en investigar (en secreto) y sancionar al Estado por la vía de tribunales arbitrales internacionales, los cuales no cumplen las normas del debido proceso. Sus fallos, inapelables, podrán exigir indemnización y anular las políticas estatales que hayan dado origen al reclamo.

Es primera vez que Mesina expone públicamente el efecto “candado” del TPP sobre las demandas sociales, al operar como un factor de clara inhibición a cambios estructurales, y como una suerte de gobierno de las corporaciones transnacionales que limita el ejercicio de la democracia y del propio parlamento. Patricio Guzmán, asesor de #NoMás AFPs participó en el Encuentro Nacional de la Plataforma Chile Mejor sin TPP realizado el 3 de septiembre en Santiago, donde se acordó unir las luchas a nivel comunal, regional y nacional. El calendario incluye movilizaciones el 16 de octubre y el 4 de noviembre. Para esa fecha de noviembre, #No Más AFP ha convocado a paro nacional. Junto a organizaciones sociales y ambientales como Indignados o Newen Kimun, provenientes de ciudades como Temuco, Los Ángeles, Valparaíso, y Curicó, representantes de los trabajadores de la salud, presentes en el Encuentro Nacional a través de FENPRUS y del movimiento Salud para Todos se mostraron plenamente dispuestos a asegurar el éxito de la convocatoria conjunta.

Impactos en salud y otros derechos

En el caso de Chile, a través de diferentes medidas administrativas el TPP extiende de 5 a 8 años el período de vigencia de la protección de información no divulgada de los medicamentos biológicos. Eso implica que habrá una demora de 3 años para poder contar con medicamentos genéricos. El costo de esta medida para el sistema de salud chileno sería de 770 millones de dólares anuales, equivalentes al presupuesto anual de cinco leyes “Ricarte Soto”, nombre popular de una ley aprobada recientemente para asegurar el acceso a medicamentos para el cáncer y otras de altísimo costo. Es decir, también aquí se anula un logro del movimiento social que buscaba asegurar la salud como un derecho de todos y todas.

En materia de propiedad intelectual, el TPP vulnera el derecho a la libertad de expresión al poner en vigor la cláusula de notificación y bajada vigente en Estados Unidos, que en forma automática permite eliminar en forma masiva contenidos sin investigación previa. Esto puede ser utilizado para ejercer censura política por parte de gobiernos. Al mismo tiempo, el tratado obliga a los proveedores a informar e iniciar acciones penales contra quienes rompan las medidas tecnológicas de protección para acceder a materiales con propiedad intelectual, sin importar que eso se haga sin fines de lucro, por interés público, en razón de padecer impedimentos visuales o con fines de investigación y desarrollo. Innovadores, periodistas, activistas podrán ser criminalizados.

A esa privatización del conocimiento se agrega la vulneración del derecho a la alimentación. El Tratado Transpacífico obliga a la ratificación del Convenio UPOV 91 de privatización de la semilla que en Chile requiere reponer la tramitación del proyecto de ley de Derechos de Obtentores Vegetales, popularmente llamada “Ley Monsanto”. Ello afectaría la agricultura familiar campesina y la biodiversidad al imponer en la práctica el monopolio de la semilla “mejorada” y criminalizar el libre intercambio y reproducción de la semilla, un derecho ancestral de campesinos y pueblos indígenas que no han sido consultados según dispone el Convenio 169 firmado por el Estado chileno. Además, el tratado crea un Grupo de Trabajo sobre Biotecnología cuya misión es vigilar las leyes actuales y futuras y que apunta a impedir el etiquetado de alimentos transgénicos y a promover ese tipo de cultivos, que hoy en Chile no están autorizados para el mercado interno. Todo el tratado se rige bajo el principio de que lo central es no poner obstáculos al comercio, por tanto las leyes ambientales, o laborales deben subordinarse a ese predicamento.

La Plataforma Chile Mejor sin TPP, que agrupa a organizaciones sociales, ambientales, campesinas y políticas en diversas regiones de Chile, está intensificando su trabajo de alerta y difusión pública tanto en redes sociales como en foros, conversatorios e instancias territoriales. Nuevos parlamentarios se han pronunciado públicamente en contra del tratado en forma individual, pero aún muchos excusan su indefinición en el hecho de que aun no está en discusión el proyecto.

En las últimas entrevistas que ha sostenido la Plataforma con diputados de oposición y de gobierno, ambos coincidieron en considerar poco probable que el proyecto sea discutido este año, tanto por las iniciativas de ley pendientes de votación que figuran en el gobierno de la Nueva Mayoría (como el de educación y el del aborto) como por las señales de rechazo que llegan desde Estados Unidos. Para la Plataforma, sin embargo, lo central es unir la lucha contra el TPP a las demandas sociales urgentes, como la de #No Más AFP y las luchas estudiantiles. Con un parlamento puesto en tela de juicio por acusaciones de corrupción en el financiamiento de la política, la tarea de lograr el voto NO al TPP sólo puede lograrse si a través de la movilización local, los parlamentarios comprenden que está en juego su futuro político si van en contra de la voluntad popular. Y eso deberá quedar en evidencia en las calles y en los territorios, porque Chile está despertando.

Lucía Sepúlveda, Paula Muñoz.

La decepcionante respuesta de Chile a la ONU en relación al TPP

José Aylwin*

La preocupación por las implicancias adversas del Acuerdo Transpacífico (TPP) en los derechos humanos es creciente. Ella no solo ha sido manifestada por académicos y movimientos sociales de los doce estados signatarios, sino que motivó en abril pasado una comunicación conjunta de siete relatores especiales (RE) y expertos independientes de Naciones Unidas a sus gobiernos. En dicha comunicación, suscrita, entre otros, por la RE de derechos culturales, el RE sobre derecho a la libertad de opinión y de expresión, el RE sobre el derecho al más alto nivel posible de salud física y mental, y la RE sobre derechos de los pueblos indígenas, se plantea que la exclusión de la que fueron objeto los ciudadanos del proceso de elaboración del TPP vulnera el derecho a participar en la dirección de los asuntos públicos reconocido en el artículo 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ratificado por Chile. Preocupa especialmente a los RE la exclusión de la que los pueblos indígenas fueron objeto por los mismos estados en la discusión del TPP. Ello toda vez que a éstos les asisten derechos especiales de participación y consulta, y en algunos casos consentimiento libre, previo e informado frente a las medidas que les afecten directamente, que es ciertamente el caso del TPP.

Asimismo los RE de la ONU manifiestan serias preocupaciones sobre la forma en que el TPP afectaría la capacidad de los estados suscriptores para cumplir con las obligaciones internacionales que han contraído en materia de derechos humanos. En especial en materia de derecho a la salud en relación con los derechos de propiedad intelectual. Así señalan que mientras el TPP permite a las partes tomar medidas para proteger la salud pública, sus disposiciones permiten prolongar los monopolios existentes y crear obstáculos adicionales y retrasos indebidos en la fabricación y comercialización de medicamentos genéricos. Todo ello, sostienen, puede incidir en el incremento de los precios de los medicamentos, afectando por lo mismo el derecho al más alto nivel del disfrute de la salud física y mental, y el derecho a gozar de los beneficios de progreso científico.

Siempre en materia de propiedad intelectual, preocupa a los RE de la ONU el que el TPP obligue a los estados a dar protección a los derechos del autor durante su vida y hasta 70 años después, mucho más allá de los estándares establecidos en el Convenio de Berna para la protección de las obras literarias y artísticas el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual (ADPIC).

También en materia de propiedad intelectual, y en relación con los pueblos indígenas, observan que el TPP puede limitar la protección de los conocimientos tradicionales de estos pueblos a aquellos ya reconocidos por los sistemas de protección de la propiedad intelectual. Ello en contravención al artículo 31.1 de la Declaración de Naciones Unidas sobre Derechos de los Pueblos Indígenas que obliga a los estados a su protección efectiva. En la misma materia preocupa a los RE la exigencia que se hace a los estados partes de ratificar el Convenio Internacional para la Protección de Obtenciones Vegetales 1991 (UPOV 91), el que limita los derechos de los agricultores, incluyendo los agricultores indígenas, para reutilizar las semillas, lo que puede afectar negativamente sus medios de subsistencia, el medio ambiente y los sistemas de cultivo tradicionales.

Finalmente, la mayor preocupación expresada por los RE de la ONU en su comunicación es la que dice relación con los sistemas de resolución de controversias entre los inversores y estados previstos en el TPP, los que por su composición y procedimientos a su juicio “parecen no cumplir con las garantías del derecho a un recurso efectivo, a un juicio imparcial y debido proceso”, cuestión que sostienen resulta especialmente compleja para grupos tales como los pueblos indígenas a quienes en la práctica se les niega el derecho a proteger sus derechos ante estas instancias. En relación a los mismos mecanismos de solución de controversias los RE advierten que las disputas pueden ser presentadas “cuando una parte considera que un beneficio que razonablemente pudiera haber esperado recibir” bajo varios capítulos del TPP sea “anulado o menoscabado como resultado de la aplicación de una medida de otra de las Partes que no es inconsistente con el Tratado”. Tales disposiciones, a juicio de estos RE, “podrían permitir que políticas públicas de los Estados, adoptadas con el fin de proteger y promover los derechos humanos, puedan ser puestas en cuestión”. Todo ello, argumentan, puede generar un efecto paralizador de la acción de los gobiernos a través de legislación o de la implementación de políticas públicas orientadas a la materialización de los derechos humanos.

Por todo lo anterior es que los RE de la ONU solicitaron a los gobiernos la entrega de información referida a la compatibilidad del TPP con el derecho internacional de los derechos humanos, requiriéndoles además el envío de antecedentes sobre las medidas adoptadas o a adoptar para garantizar que las obligaciones internacionales contraídas por sus estados en materia de derechos humanos no sean afectadas negativamente por este acuerdo comercial.

Con fecha 27 de junio pasado, el Ministerio de Asuntos Exteriores y Comercio de Nueva Zelanda, en representación de los estados suscriptores del TPP, con la excepción de Australia y Canadá, envió una escueta carta a los RE de la ONU respondiendo formalmente a su comunicación. En dicha respuesta, de la que la Cancillería chilena se hizo parte, los gobiernos lejos de hacerse cargo de las preocupaciones planteadas por la ONU, hacen una defensa cerrada del TPP, sin mayores fundamentos. Así los gobiernos, rebatiendo –cuando no descalificando– las preocupaciones de los RE antes referidas, argumentan que este acuerdo comercial tendrá significativos beneficios para las condiciones de vida de la población de los estados signatarios, esgrimiendo como único argumento para ello el que tales beneficios han sido previstos por el Banco Mundial.

Sostienen además que el TPP es básicamente un acuerdo de inversiones y que no tiene por objeto abordar otras materias de significación internacional, y que por lo mismo debe coexistir con otros acuerdos internacionales. Agregan que sus gobiernos en ningún caso habrían suscrito acuerdos que pudiesen haber resultado en el deterioro del acceso a los medicamentos, el disfrute de los derechos humanos y el ejercicio de los derechos de pueblos indígenas. En cuanto al proceso de negociación del TPP sostienen, sin dar antecedentes concretos, que los estados partes, de conformidad a sus normativas internas, desarrollaron procesos de consulta variados, y que ello resultó en un alto nivel de involucramiento de todas las partes interesadas. En relación a los pueblos indígenas, niegan que sus conocimientos tradicionales se puedan ver afectados por las cláusulas del TPP y que, por el contrario, el sistema de propiedad intelectual que este establece es un paso adelante en su protección. Por último, rechazan que el mecanismo de solución de controversias establecido pueda tener implicancia alguna que impida a los estados partes del TPP cumplir con sus obligaciones internacionales de derechos humanos, o impida la protección de los intereses públicos, argumentando que en su preámbulo se reconoce el derecho inherente de los estados partes a adoptar medidas regulatorias para proteger el bien común en materia de salud, medio ambiente, integridad del sistema financiero, entre otros.

La respuesta de los gobiernos de los estados suscriptores del TPP, entre ellos el gobierno de Chile, a las preocupaciones manifestadas por los RE especiales y expertos independientes de la ONU, resulta, por decir lo menos, decepcionante. En ella no se entrega ningún antecedente consistente que se haga cargo de las preocupaciones legítimas y fundadas por ellos planteadas.

Dado que sería extenso referirse a las amenazas de este acuerdo comercial para todos los derechos humanos, nos centraremos en dos temas críticos del TPP que corroboran las preocupaciones de las instancias de la ONU aquí analizadas; el sistema de solución de controversias entre inversores y estados y los derechos de pueblos indígenas. En el primer ámbito, la evidencia demuestra que el sistema arbitral de solución de controversias previsto en los acuerdos comerciales, que con modificaciones menores es adoptado por el TPP, lejos de beneficiar a los estados, en particular a los de economía más pequeña como Chile, los pone en una precaria posición frente a los inversionistas. En efecto, tal como el economista estadounidense Jeffrey Sachs ha señalado, las corporaciones están haciendo un uso cada vez más intenso de las instancias arbitrales previstas en los acuerdos comerciales para demandar a los estados por no garantizar “la protección” de sus inversiones. Es así como a fines de 2014 había más que 600 demandas de inversionistas ante el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones ( CIADI) por supuestos incumplimientos por parte de los estados de sus obligaciones al amparo de acuerdos comerciales (Weisbrot, 2015). Según datos oficiales de esta entidad, al 2013 de 269 casos concluidos, 82 involucraban a estados latinoamericanos (casi un tercio del total), muchos de ellos en forma adversa para éstos. Este porcentaje se ha incrementado sustancialmente los últimos años, ya que de 175 casos pendientes, 74 (un 43,5%) son contra estados latinoamericanos (Boeglin, 2013).

En cuanto a los derechos de pueblos indígenas, los 25 acuerdos comerciales que Chile ha suscrito con 64 estados han incidido de manera directa en el incremento de las inversiones extractivas y de infraestructura (minería en el norte; forestación y salmonicultura en el sur; proyectos energéticos y de infraestructura a lo largo del país). Ello tanto a través de la atracción de inversiones de corporaciones domiciliadas en los países con los que Chile ha suscrito dichos acuerdos comerciales, como a través de la apertura de mercados para las empresas de capitales nacionales, como CODELCO y SQM en el caso de la minería, y las forestales Arauco y Mininco (CMPC) en el caso de la forestación. Tales inversiones se sobreponen de manera significativa con las tierras que el Convenio 169 define como “de ocupación tradicional indígena”. En efecto, tres cuartas partes (74.6%) de las exportaciones de Chile al 2014, las que de acuerdo a DIRECON (2015) se orientaban en más de un 90% a los países con los que Chile tenía acuerdos comerciales, se concentraban en tres rubros (minería con el 62%, industria celulosa y madera con el 8%, y salmonicultura con el 4.6% del total), actividades que se emplazan mayoritariamente en el norte, en tierras tradicionales de los pueblos andinos (aymara, lickanantai y diaguita, entre otros), y en el sur, en las tierras, lagos y mares ancestrales de los mapuche y huilliche. Los conflictos que las inversiones promovidas por estos acuerdos comerciales han generado con los pueblos indígenas, en particular pero no exclusivamente con el pueblo mapuche, parecen no haber sido tomados en consideración por la autoridad al momento de negociar y suscribir el TPP.

Teniendo presente la situación antes expuesta, y las preocupaciones manifestadas desde la ONU sobre las implicancias adversas del TPP a los derechos humanos, no puede sino llamar la atención el apoyo cerrado que el actual gobierno sigue dando a este acuerdo comercial. Paradojalmente, dicho apoyo se da en momentos en que la Cancillería chilena promueve el Plan Nacional de Acción de Empresas y Derechos Humanos, el que tiene por objeto favorecer la implementación de los Principios Rectores de Naciones Unidas sobre Empresas y Derechos Humanos, Principios que junto con establecer el deber de los estados de proteger los derechos humanos y de las empresas de respetarlos, disponen expresamente que “los Estados deben mantener un marco normativo nacional adecuado para asegurar el cumplimiento de sus obligaciones de derechos humanos cuando concluyen acuerdos políticos sobre actividades empresariales con otros Estados o empresas, por ejemplo a través de tratados o contratos de inversión”. (Principio 9)

Por todo lo anterior es que cabe reiterar al gobierno de Chile, como lo ha venido haciendo la Plataforma Ciudadana Chile Mejor sin TPP, la necesidad urgente de que éste realice, en forma previa al envío del TPP al Congreso para su ratificación, una evaluación de los impactos en derechos humanos de este acuerdo comercial que permita identificar sus principales consecuencias en materia de derechos humanos. Ello ha objeto de permitir a los legisladores adoptar una decisión fundada con respecto a la conveniencia de aprobarlo, de modo de no poner en riesgo el cumplimiento de los compromisos internacionales previamente asumidos por el país en esta materia. De la misma manera, se hace imprescindible que el gobierno, en forma previa al envío del TPP al Congreso, impulse no solo un proceso de dialogo con la ciudadanía sobre la conveniencia de ratificar este acuerdo, sino  que, además, un proceso de consulta con los pueblos indígenas. Este último proceso, por cuanto se trata de una medida legislativa, cuya afectación directa a sus comunidades, como señaláramos, resulta innegable. En caso de no hacerlo, cabe instar al Congreso Nacional a impulsar durante el trámite legislativo del TPP, procesos de consulta con las instituciones representativas de los pueblos indígenas, asegurando así el cumplimiento de un compromiso contraído en virtud del Convenio 169 de la OIT ratificado por el estado chileno.

Es hora de que el Estado de Chile se tome en serio sus compromisos internacionales en materia de derechos humanos, y no asuma nuevos compromisos que los ponen en riesgo, como la ONU, a través de sus relatores especiales y expertos independientes, le ha advertido ocurrirá en caso de ratificarse el TPP.

* Co Director del Observatorio Ciudadano, integrante de Plataforma Ciudadana Chile Mejor sin TPP.

TPP y proceso constituyente: reflexiones sobre transparencia y participación efectiva

*Paulina Acevedo Menanteau

Dos principios básicos de la democracia son la transparencia y la participación; los que se fundamentan a su vez en derechos humanos que los estados tienen el deber de garantizar a sus ciudadanos, como son el acceso a la información y el derecho a la participación política.

Resulta, por lo mismo, altamente preocupante que estos hayan sido transgredidos del modo más brutal por el gobierno al negociar bajo estricto secretismo el Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), del que Chile es parte junto a otros 11 países de la cuenca Asia-Pacífico.

En efecto, tanto las solicitudes ciudadanas de acceso a la información pública -vía Ley de Transparencia- formuladas al gobierno, como los requerimientos que de manera transversal levantaron distintos parlamentarios exigiendo acceso al texto del acuerdo, no encontraron la debida respuesta por parte del Estado. Conociéndose únicamente algunos fragmentos de sus más de seis mil páginas gracias a filtraciones de WikiLeaks, que advirtían acerca de los nocivos efectos del tratado en ámbitos tan sensibles como la salud de población.

Por eso las críticas al TPP no son solo de fondo frente al alcance de sus normas, más aún desde que los textos han sido “liberados”, sino también, y particularmente, a la forma con que vienen siendo adoptados este tipo de acuerdos internacionales; pactados entre cuatro paredes, privando de la posibilidad de modificación o veto y sin un debate público vigoroso, algo que debe ser rechazado de plano y llamar a la adopción de medidas para que este tipo de prácticas no se perpetúen en el tiempo.

Una de estas prácticas contrarias a la democracia y fundamental de denunciar ahora que el TPP se abrirá paso en los Congresos de los estados que le conforman, son las limitadas atribuciones que tendrán los parlamentarios al momento de votar su aprobación o rechazo. Siendo incomprensible que mientras las leyes sujetas a su consideración puedan ser objeto de indicaciones, mejoras e incluso la supresión de articulados que puedan afectar disposiciones constitucionales, estos tratados sean tramitados y ratificados sin la posibilidad de modificar ni una coma de su contenido. Cercenando atribuciones propias de la labor legislativa.

En relación a la participación, el gobierno ha sostenido que en el caso del TPP ella se verifica en la implementación del denominado “Cuarto Adjunto” y en foros desarrollados luego de la firma del texto definitivo del acuerdo, el pasado 04 de febrero.

Frente a lo primero, y como su nombre lo expresa, este cuarto contiguo a las “grandes deliberaciones” no pasó de ser un espacio informativo, por lo demás parcial, que no responde a los estándares de participación comprometidos por el Estado chileno en el marco de los sistemas de protección de derechos humanos de Naciones Unidas (ONU) y de la Organización de Estados Americanos (OEA). Tampoco los foros de debate señalados, que si bien aportan al intercambio de pareceres, no logran abarcar al conjunto de la opinión pública, sin que hasta ahora el gobierno haya desarrollado una campaña amplia para informar acerca de los tratados de libre comercio en general, y del TPP en particular, más aún cuando se trata del “modelo de desarrollo” implementado durante los últimas tres décadas, “exitoso” a juicio de quienes lo sustentan. Lo que ha concitado la atención de UNESCO.

Al respecto, es interesante destacar la iniciativa del gobierno mexicano de abrir espacios de diálogo -que incorporaren la visión de distintos actores de la sociedad- durante la tramitación del TPP por parte del Congreso de ese país, lo que si bien no subsana el secreto impuesto a las negociaciones del tratado, permite mayor conocimiento del mismo desde lo público. Algo que podría ser emulado por las autoridades chilenas, o habilitar otras medidas que apunten en ese mismo sentido, como televisar las sesiones del Congreso cuando el TPP sea discutido por ambas cámaras.

Finalmente, en materia de participación, es especialmente complejo que el gobierno haya confirmado que no consultará este tratado con los pueblos indígenas, como obliga el Convenio 169 de la OIT –vigente en Chile desde 2009- cada vez que se adopten medidas administrativas o legislativas susceptibles de afectar sus derechos. Como es, sin lugar a dudas, el caso del TPP.

Para ello se ampara en decretos inconsultos e impuestos por el gobierno de Sebastián Piñera, en los que se exige una afectación “directa”. No obstante la propia Relatora Especial de Naciones Unidas para Pueblos Indígenas, Victoria Tauli-Corpuz, en su informe a la Asamblea General de la ONU (agosto 2015), centrado en los Acuerdos Internacionales de Inversión, es clara en señalar la relación innegable entre estos acuerdos y la afectación a las tierras y territorios indígenas y sus recursos, así como a sus derechos culturales, y al autogobierno y la libre determinación. Tema que será objeto de una consulta regional este próximo 25 y 26 de abril en la ciudad de Lima, donde se contará con la presencia de la Relatora y que reunirá a representantes indígenas de los tres países que forman parte del TPP, Chile, México y Perú, todos los cuales han ratificado el Convenio 169 de la OIT.

A la luz de lo expuesto, es claro que el gobierno no ha respetado ni garantizado estos derechos y principios básicos democráticos, actuando más bien como una dictadura que busca establecer de facto y de manera mañosa imposiciones sobre la población. Algo que contrasta con el espíritu participativo, al menos en el discurso, con que el mismo gobierno anunciara el inicio del “proceso constituyente”, que si bien no remplaza la Asamblea Constituyente como mecanismo vinculante de participación para la adopción de una nueva Constitución, al menos contempla espacios locales, provinciales y regionales de debate y discusión, que es más de lo que tenemos en torno al TPP.

Siendo del todo incongruente que el gobierno desarrolle, por un parte, un proceso donde prevé diálogos ciudadanos para cambiar una Constitución, y por otro lado negocie a espaldas de la ciudadanía, sin acceso a los textos ni participación efectiva, tratados que son altamente lesivos para nuestros derechos y la soberanía. Tratados que, por lo mismo, deberían estar sujetos a un plebiscito ratificatorio de igual modo que lo será el texto de la nueva carta fundamental, pues así como tenemos derecho a decidir las normas que nos regirán al interior del país, también lo tenemos para establecer aquellas que marcan nuestro desenvolvimiento exterior y a determinar, en última instancia como pueblos soberanos, cuál el modelo de desarrollo al que aspiramos en uno de los países más inequitativos del mundo”.

* Periodista, comunicadora en Derechos Humanos

  • Observatorio Ciudadano
  • Plataforma Chile Mejor Sin TPP

TPP: la reflexión que Heraldo Muñoz se niega a realizar

Carlos Figueroa, Plataforma Chile Mejor Sin TPP

Las declaraciones del canciller Heraldo Muñoz (“Mi única Crítica al TPP es que me impidió ver a los Rolling Stones”), en las cuales menosprecia las críticas que venimos haciendo hace más de un año las más de 110 organizaciones sociales y políticas, merecen una respuesta.

Lo que haré a continuación es intentar provocar una reflexión más general sobre el momento en el que se inserta la discusión del TPP y una mirada político-económica a sus fundamentos. Supondré que quienes lean esta columna ya se han formado una imagen general de las consecuencias del TPP, expuestas en otras columnas anteriores.

Política exterior y modelos de desarrollo

En diversas conversaciones con miembros de la Cancillería he percibido unaaceptación tácita de la historia y de los objetivos que ha perseguido la política exterior chilena desde fines de los años 80. Esto me parece un punto de partida que debe ser revisado, porque impide un debate sobre el real impacto del TPP (en tanto que responde a un cierto tipo de modelo económico), y porque impide hacer un análisis crítico de la estrategia ocupada los últimos 25 años. Dos temas introductorios entonces: la política económica que enmarca el TPP y la política exterior chilena de las últimas décadas.

Roberto Russel, un conocido analista de las relaciones internacionales, expone en un artículo la diversidad de estrategias ocupadas por los países latinoamericanos para acomodarse a la estrategia que empujó Washington en la livianamente llamada “fin de la historia” de Fukuyama. Chile, entre ellos, se habría acomodado a las ideas neoliberales promovidas por Washington, fundamentalmente liberalizando barreras arancelarias, limitando el rol del Estado en la economía(acabando con casi todo tipo de herramientas que permitan el proteccionismo) e incorporando una democracia liberal representativa como esquema general.

Transcurridos 25 años de un esquema comercial pro liberalización, se presencia una escasa reflexión sobre las implicancias para la sociedad chilena de su estrategia de liberalización, su proyección y su real impacto en la población. Leer los informes sobre el TLC con EE.UU. u otros acuerdos es, a veces, deprimente: se enfocan en análisis descriptivos de la balanza comercial y número de productos beneficiados, sin un análisis serio del impacto en la productividad nacional de los bienes que comenzamos a importar, el impacto en las condiciones del empleo, el impacto en los sectores dañados o la sofisticación que pudiera proyectarse.

¿Qué quiero decir con este ejemplo? Que se trabaja con el supuesto de que: 1) liberar el comercio trae siempre desarrollo y ningún costo; y 2) que lo relevante es la diversificación comercial (cosa que aún no logramos) y no la capacidad que se instala con cada acuerdo para, por ejemplo, generar un modelo industrial con condiciones dignas de trabajo y producción de valor.

Esto mismo es lo que menciona Ha-Joon Chang en un artículo titulado “Hamlet sin el príncipe de Dinamarca: cómo el ‘desarrollo’ ha desaparecido del discurso del desarrollo” (2010). Su tesis principal es que los países en vías de desarrollo, como el nuestro, al adherirse al modelo comercial impulsado por EE.UU. en las rondas de Doha o en acuerdos político-comerciales como el TPP, están condicionando su capacidad productiva con valor agregado: “La mayoría de las personas suelen aceptar el principio detrás de esta agenda: que los países avanzados debieran especializarse en industrias y los países en desarrollo especializarse en agricultura o materias primas y que aquello que haga difícil esa especialización debe desaparecer”.

Aquí el problema es que los países como Chile podrían verse perjudicados por la liberalización de la agricultura y, sobre todo, por el amarre estructural que producen este tipo de acuerdos que “hace muy difícil para los países en desarrollo transformar sus capacidades productivas” (Chang, 2010). Es de suyo conocido que Chile además posee una clase empresarial cómoda y rentista, alojada desde antes de la Guerra del Pacífico en la ganancia fácil de recursos-commodities y poco dispuesta a generar innovación.

Hoy somos testigos, si no por primera vez, al menos de manera clara, del fin de la Política de Estado en la política exterior. El TPP ha diluido la necesidad de tener un acuerdo político en materia internacional: este es un avance positivo para tener debates serios y que muestren la diversidad de posturas respecto a la política exterior. Y el TPP ha sido el agente que ha permitido que el MAS, el PC, la IC y diputados y senadores de distintos partidos se manifiesten contrarios a una política exterior de manera decidida y con fundamentos ideológicos y técnicos que los respaldan. Espero que podamos sacar el mayor provecho de ello.

Para volver al punto: la nueva agenda liberal y comercial chilena que comienza en los años 90 ha hecho que, en palabras de Chang, “los subsidios, regulación de las inversiones extranjeras, programas de créditos dirigidos, y muchas otras herramientas de promoción industrial se hagan, si no imposibles, al menos muy difíciles de ejecutar” (Chang, 2010). O dicho en simple: este tipo de políticas como el TPP no son no-desarrollistas, sino que derechamente son antidesarrollistas“en el sentido de que incentiva que los países en desarrollo se queden en la estructura productiva actual y, como si fuera poco, haciendo que les sea muy difícil moverse de ella en el futuro”(Chang, 2010).

Y por todo lo que he podido leer directamente de las miles de páginas del texto de negociaciones del TPP, comentarios y análisis de connotados especialistas, estaría dispuesto a apostar aquí a que el TPP no traerá industrialización alguna, por más que traten de convencernos de que estar en las cadenas de valor revolucionará a la industria chilena. Lo firmo acá y lo firmaré con cada política de libre comercio de estas características que impulsemos en adelante.

En síntesis: con el TPP Chile no se industrializará, y cometemos el nuevo error de no cuestionar las bases fundamentales con la que hemos crecido –cómo y quiénes han crecido y con qué costos reales–. No vaya a ser que terminemos creyéndonos que, como dijo el ministro Burgos hace algunas semanas, el TPP “es una gran noticia para lo más pobres del país” (ADN, 3 febrero).

TPP y el fin de la Política de Estado

El segundo punto general que quiero poner sobre la mesa es la estrategia de la política exterior chilena y sus implicancias en el contexto el TPP.

La más fácil crítica es el comúnmente mencionado hermetismo de esta política. La política exterior, ya sea por las exclusivas facultades constitucionales del Presidente como por su medieval tradición, es el área de gobierno más alejada del escrutinio partidario y social, y la política menos debatida en el contexto nacional. Uruguayhace pocas semanas decidió salirse de las negociaciones del TISA (un tratado de similares características que el TPP) luego de un debate interno y público de las implicancias de una negociación con tales o cuales consecuencias.

Chile, en cambio, se ha caracterizado por tener debates de baja altura de miras, carentes de influencia del Parlamento (que solo es un monigote en esta área) y ausentes del debate político-programático en las elecciones. La política exterior está fuera de radar social.

Ello ha traído como consecuencia que gran parte de la política exterior la vaya configurando el comercio de las grandes empresas y nuestra reacción a las coyunturas políticas regionales. Nuestra negación a participar en la guerra de Irak no es ya suficiente para hablar de una política exterior madura. En cambio, preguntarnos por qué estamos mirando hacia el Pacífico, si una política industrial probablemente la gestaremos cuando miremos comercialmente la región; o preguntarnos por qué estamos mirando hacia el Pacífico y no a Sudamérica, y cómo ello nos afecta en relaciones estratégicas con Bolivia, Brasil, Argentina o incluso el BRICS.

Quiero decir: que hemos abandonado una política exterior activa, que esta se ha limitado a firmar el tipo de acuerdo que hoy tenemos entre manos fuera de todo debate político y, por tanto, fuera de toda estrategia que considere al comercio como un área relevante de una estrategia más general de cómo quiere mirar Chile al mundo y de cuáles son las condiciones de trabajo y de vida que se quieren promover.

No basta con decir que Chile es un país pequeño y que ello implica que tenemos que abrirnos al mundo sin mirar a quién y dejándonos llevar por lo que el comercio diga. Hoy, si tenemos problemas con Bolivia, no se debe solamente a la estrategia interna boliviana de adhesión y logro de salida al mar: si tenemos problemas es porque no es parte de nuestra estrategia exterior tomar la delantera y fijar prioridades estratégicas.

Volver a una política exterior sujeta al debate público, social, partidario y programático, a una política exterior que conduzca al comercio, y no al revés; a una política exterior que democratice sus procesos y sus estructuras sin argüir el secretismo para que funcionen las relaciones internacionales; a una política exterior que tome prioridades vecinales, regionales y que, de algún modo, tome partido y no se deje que otros decidan su partido.

Hoy somos testigos, si no por primera vez, al menos de manera clara, del fin de la Política de Estado en la política exterior. El TPP ha diluido la necesidad de tener un acuerdo político en materia internacional: este es un avance positivo para tener debates serios y que muestren la diversidad de posturas respecto a la política exterior. Y el TPP ha sido el agente que ha permitido que el MAS, el PC, la IC y diputados y senadores de distintas partidos se manifiesten contrarios a una política exterior de manera decidida y con fundamentos ideológicos y técnicos que los respaldan. Espero que podamos sacar el mayor provecho de ello.

El triunfo de nuestros derechos humanos mapuche y no mapuche

Jorge Weke Katrikir, werken Parlamento Mapuche de Koz koz

“Hoy empezamos a saldar deudas con los pueblos indígenas que hemos arrastrado por demasiado tiempo”, fueron las palabras de la Presidenta Bachelet el 11 de enero pasado en la Moneda luego de firmar el proyecto de ley que creará el Ministerio de Pueblos Indígenas, el Consejo Nacional y los Consejos de Pueblos Indígenas, una nueva institucionalidad que dotará “de instrumentos y espacios de diálogo sin los cuales no se puede aspirar a un nuevo impulso en la relación entre el Estado chileno y los pueblos indígenas”.

Como sabemos, Chile mantiene un conjunto de materias pendientes con los pueblos indígenas y sus derechos, los que conforman una “deuda histórica” y presente. Son múltiples los organismos internacionales que han representado al Estado de Chile estas realidades. A modo de ejemplo, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en julio de 2015, manifestó su preocupación “por la falta de reconocimiento constitucional de los derechos de los pueblos indígenas y por la falta de un mecanismo legal que garantice la obtención del consentimiento previo, libre e informado de los pueblos indígenas en relación a la toma de decisiones que pudieran afectar al ejercicio de sus derechos económicos, sociales y culturales”. Al respecto, recomendó al Estado “[…] garantizar el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas en la nueva Constitución”, y que “tome las medidas legislativas y administrativas necesarias para garantizar la obtención del consentimiento previo, libre e informado de los pueblos indígenas en lo que respecta a la toma de decisiones susceptible de afectar directamente el ejercicio de sus derechos económicos, sociales y culturales”.

Existe consenso entre diferentes actores, incluidos los propios pueblos indígenas, en que la actual Corporación de Desarrollo Indígena (CONADI), como ente público a cargo de la política indígena del Estado, está agotada, y que se requiere urgentemente de una nueva institucionalidad. La crisis de CONADI se evidencia en las múltiples irregularidades que en los últimos años se han detectado en su funcionamiento, y en el escaso poder y recursos de que dispone para impulsar una política efectiva referida a los pueblos indígenas, que permita al Estado cumplir con sus obligaciones internacionales en materia de derechos indígenas. Ejemplo de ello es la política de tierras indígenas, cuya inoperancia ha determinado fuertes críticas y movilizaciones de comunidades que llevan años esperando una solución a sus demandas de tierras basadas en derechos reconocidos tanto por la Ley 19.253, que creó a dicha entidad, como por el Convenio 169 de la OIT. Fue esta realidad la que determinó -en abril del año pasado- la ocupación durante tres semanas de la sede de CONADI nacional en Temuco, por parte de la Comunidad mapuche Rankilco, de bajo Malleco, cuyas demandas siguen sin resolución a la fecha, la que concluyó en un violento desalojo ordenado por el director de CONADI, Alberto Pizarro.

No obstante el proyecto de ley que crea “el Ministerio de Pueblos Indígenas, el Consejo Nacional y los Consejos de Pueblos Indígenas”, firmado por la Presidenta en La Moneda, está lejos de alcanzar el objetivo de saldar deudas históricas. Por una parte, el proceso de gestación de este proyecto de ley ha adolecido de graves falencias. En efecto, el 01 de febrero del 2015, luego de cinco meses de trabajo, se dio por finalizado un proceso de consulta indígena referido a los anteproyectos o documentos de “medida legislativa sobre el Ministerio y Consejos de Pueblos Indígenas. El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), que actúo como observador de este proceso, en su último Informe Anual dio cuenta de una serie de falencias como “la existencia de procesos de diálogo que no concluyeron; solicitudes de extensión de plazo para dialogar que no fueron consideradas, y que incluso ocasionaron la interposición de acciones judiciales; el diálogo en torno a la creación del Ministerio tuvo mayor priorización en perjuicio del debate en torno a los Consejos de Pueblos Indígenas, evidenciándose que los plazos de discusión tuvieron que haber sido más extensos que los que finalmente se establecieron; diferencias de trato hacia la población afrodescendiente -la que no fue consultada- que eventualmente podría entrañar un trato discriminatorio”.

Cabe recordar además que diversas organizaciones representativas de pueblos indígenas se abstuvieron de participar en este proceso, cuestionando la aplicación del D.S. N° 66 del Ministerio de Desarrollo Social que regula la consulta indígena en forma deficiente, puesto que éste limita la consulta a proyectos legislativos que tengan “impacto directo y significativo”, da por cumplida la consulta aún cuando no se logre acuerdo o consentimiento de los pueblos indígenas, y no establece procedimientos de consulta culturalmente apropiados. Se debe hacer notar a su vez que estas críticas fueron recogidas por las autoridades, las que se comprometieron revisar dicha normativa, sin que hasta la fecha se haya concretado ninguna modificación a esta reglamentación.

Todas estas situaciones dan cuenta que este proceso de consulta careció de “un clima de confianza mutua, para el desarrollo de negociaciones genuinas y constructivas, que permitieran que los pueblos indígenas participen de manera eficaz, en las decisiones tomadas en forma coherente con sus tradiciones culturales y sociales”.

En cuanto al fondo de la iniciativa legal, hasta la fecha se desconoce el texto del proyecto de ley suscrito el 11 de enero por la Presidenta. Por lo mismo, se desconoce la forma en que incorpora las opiniones recogidas en el cuestionado proceso de consulta previa. Igualmente, se desconoce si éste recoge las aspiraciones de los pueblos indígenas y las obligaciones internacionales que Chile ha adquirido al ratificar el Convenio 169 de la OIT y al suscribir la Declaración de Naciones Unidas sobre Derechos de Pueblos Indígenas. De acuerdo a la página web de la Presidencia, “El Ministerio de Pueblos Indígenas estará a cargo de crear e implementar la Política Nacional Indígena, la que se elaborará en base a una consulta al Consejo Nacional de Pueblos Indígenas, en línea con lo indicado en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). De acuerdo al mismo portal, el proyecto de ley también establece “[…] nueve Consejos de Pueblos Indígenas para representar los intereses, necesidades y derechos de cada uno de los pueblos ante el Estado. Estos consejos serán entidades autónomas, representativas, participativas y de consulta. Cada consejo responderá a un reglamento interno generado por el mismo pueblo, en el marco de sus valores tradicionales y respondiendo a su cultura y cosmovisión, entre otros. Los nueve consejos sumarán un total de 69 consejeros, quienes se desempeñarán en el cargo por un período de 4 años”. Por último, que “las leyes ingresadas crean también un gran Consejo Nacional de Pueblos Indígenas para abordar las materias que puedan afectar a los nueve pueblos. Este se compondrá de 15 integrantes provenientes de los consejos por pueblo”.

Las reacciones desde los pueblos indígenas en cuanto al fondo no se han dejado esperar. La consejera mapuche electa ante la CONADI, Ana Llao, precisó que -junto a otros consejeros nacionales indígenas- decidieron restarse de la ceremonia de envío de los proyectos de ley, por cuanto en su génesis ambos presentan graves falencias y porque en lo esencial no recogen el sentir de los pueblos originarios. Mientras que el Werken del Parlamento de Koz Koz, Jorge Weke, afirmó que “es hora que la Presidenta cese su discurso multicultural y de escuchar a los pueblos por la plurinacionalidad.

Por su parte José Aylwin, co director del Observatorio Ciudadano, señalo que “estas iniciativas recogen, al menos en parte, antiguas demandas de pueblos indígenas de crear instancias de mayor jerarquía en el aparato del Estado para coordinar e impulsar una política hacia los pueblos indígenas consistente con sus obligaciones internacionales, así como instancias de representación indígena, que si bien no pueden reemplazar a sus instancias propias, pueden contribuir a fortalecer la voz indígena en espacios de toma de decisión sobre los asuntos que les conciernen en el espacio público”. Agregó sin embargo, que resulta muy preocupante que el proyecto no haya sido dado a conocer hasta ahora, y que sea resultante de un proceso de consulta deficiente. Finalmente advirtió que “la existencia de un Ministerio de Asuntos Indígenas, por si solo, no garantiza que la actuación del Estado sea consistente con sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos aplicables a los pueblos indígenas, y que en última instancia ello dependerá no solo de los recursos que se asignen para cumplir con estas obligaciones, sino también de las orientaciones que las autoridades del Estado adopten en la materia”.

Dado los cuestionamientos a la forma inconsulta con que ha sido implementada por el ejecutivo esta nueva institucionalidad, y tal como ha sostenido el INDH sobre la necesidad de remediar “esta omisión en etapas ulteriores del proceso legislativo”, corresponderá al Congreso cumplir con su propia obligación de consulta indígena. Lamentablemente, el Congreso no cuenta hasta ahora con un reglamento referido a la consulta indígena frente a medidas legislativas susceptibles de afectarles directamente. Ello a pesar de haber conformado una comisión bicameral para la elaboración de esta reglamentación hace ya dos años. Se debe reiterar finalmente que la consulta indígena es una herramienta fundamental de participación, cuyo fin es la construcción de “diálogo genuino entre ambas partes, caracterizado por la comunicación y el entendimiento, el respeto mutuo y la buena fe, con el deseo sincero de llegar a un acuerdo común”.

La creación de este Ministerio y de los Consejos de los Pueblos Indígenas puede ser el inicio de un proceso que salde las deudas profundas que aún se mantienen con los pueblos indígenas. Sin embargo este camino no ha empezado bien. Esperamos ello pueda ser revertido no solo en la tramitación legislativa del proyecto de ley, mediante un proceso de consulta de estas iniciativas acorde con los estándares internacionales sobre la materia, sino también a través de una política integral de reconocimiento de los derechos políticos, territoriales y culturales de estos pueblos al más alto nivel, en el contexto del proceso constituyente hoy en marcha, así como de una política pública más consistente que la que hoy vemos, marcada por la dualidad entre el cumplimiento de las obligaciones internacionales en la materia y la criminalización de la demanda indígena por sus derechos.

Observatorio Ciudadano

Temuco-Santiago, 18 de febrero de 2016